guillermo salmeron. elperiodigol
El deporte universal está lleno de ejemplos de deportistas que llegaron a lo más alto y que después, en muy poco tiempo, perdieron todo lo que tenían y lo que es más importante, el respeto a sí mismos.
Este fin de semana, en el Masters de Augusta, el primer Major de la temporada y con el Open Championship y la Ryder Cup el torneo más importante del mundo, el golf ha vivido una semana indescriptible.
En las calles del campo de Bobby Jones estaban, sin excepción, los mejores jugadores del mundo, los que cada semana ganan millones de dólares en premios y contratos publicitarios, que arrastran a miles de seguidores en las redes sociales y que consigo llevan a equipos de profesionales que cuidan de que cada detalle de su preparación, de su vida y de su juego para que no falle nada.
Jugadores que son deportistas de élite, muy jóvenes -cada vez más- que aprenden que el golf es un deporte de exigencia extrema y que lanzar la bola con el drive a 350 metros o ser capaces de approchar desde 60 metros y dejarla al lado del hoyo es algo que deben de hacer cada vez más habitualmente si quieren estar en la elite del golf.
Para ellos, la nueva generación de golfistas profesionales -los DeChambeau, Molinari, Koepka, McIlroy, nuestro Jon Rahm o Dustin Johnson- la imagen que tenían de Tiger Woods era de oídas. Casi ninguno de ellos tuvo la oportunidad de verle jugar dominando el mundo, cada torneo que jugaba y cada golpe de daba.
Sabían que había sido el más grande, el mejor del golf moderno y que hubo una época que ganaba la mitad de los torneos que jugaba. Woods era intocable, imbatible y casi insustituible.
Cuando las cosas se torcieron en su vida, su matrimonio, sus aficiones desmedidas, sus malas influencias y sus terribles lesiones en la espalda, el mundo se le cayó encima, pero también se le cayó a Tiger Woods.
Se le cayó encima como también se les cayó el cielo encima a grandes estrellas del firmamento deportivo que lo tenían todo como O.J. Simpson, Lance Amstrong, Marion Jones, John Daly, Lamar Odom, Oscar Pistorius, Mike Tyson, George Best y tantos otros.
Pero Woods, a diferencia de todos ellos, supo levantarse otra vez, reinventarse de nuevo, quitar el vaho del cristal de su vida y arrancar desde cero después de pedir perdón a todo el mundo, perder todos sus patrocinadores, caer en el pozo del Ranking Mundial más allá del puesto 1.200, y superar cuatro operaciones de espalda que a cualquiera de nosotros nos hubiera dejado casi sin poder andar de por vida.
“He leído tantas cosas de mi que ya no sé cuáles son ciertas y cuales mentira”, decía en una entrevista el quíntuple ganador de la Chaqueta Verde.
Este año ha sido el primero desde 2015 en que su vida y sus lesiones le han dejado jugar al cien por cien y ahora sólo queda esperar al futuro y rezar para que su carrera siga muchos años, algo que el golf necesita como el beber.