La suerte en el golf.
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Fernando de Buen
«Mientras más practico, más suerte tengo.»
Miller Barber.
Hay ocasiones donde la ley de probabilidades nos juega bromas metafísicas que terminan convenciéndonos que hay golfistas suertudos y salados. En cada foursome del sábado o domingo competimos contra aquellos bendecidos por el azar y contra otros que suelen traer al santo de espaldas. En cualquier disciplina o actividad en la vida, la suerte no es más que una variante probabilística, pero en el caso del golf, al menos, es una tendencia que puede parecer constante debido a las mentalidades del propio ejecutante y del observador que la juzga. Se los dice un salitroso arrepentido que busca recomponer su visión del juego.
Apenas el jueves pasado jugué una de las rondas más satisfactorias que recuerdo y fue, precisamente, durante mi debut en el Torneo Interclubes Sénior del Valle de México (para aquellos que leyeron la anterior editorial, ahora ya saben que siempre sí jugué), donde mucho más allá de lograr un golf extraordinario -que no fue el caso-, hubo una plena comunión entre mi partner y querido amigo Larry Newell y yo, pero ciertamente hubieron golpes milagrosos que redundaron en una excelente cosecha de puntos para nuestro Vallescondido.
Dos días después, en mi club, asistí a la ronda sabatina con mi grupo y, a pesar de que llegué con un optimismo desbordante y el ánimo de dejarlos en la penuria económica, el resultado fue que al menos la mitad de ellos -gracias a lo que me ganaron- iniciaron un periodo sabático que podría durar hasta 2010, dependiendo de los intereses que generen las inconmensurables cantidades de dinero que me bajaron. La ronda podría ser calificada como una de las peores de mi vida, si la medimos en función de la diferencia entre lo que debería tirar y lo que tiré.
Aquí la pregunta es: ¿cuánto influyó la suerte en ambos resultados? Yo diría que la respuesta es que si bien tuvimos buena fortuna en el Interclubes y predominó la mala en mi ronda del sábado, este factor hubiera cambiado muy poco al resultado final.
Sin meter en este estudio a mi querido compañero de equipo, yo me limitaré a mencionar cuáles fueron las diferencias en mi propia actitud durante las dos jornadas.
Al inicio de ambas rondas fui optimista, pero en el caso del jueves, por tratarse de mi debut y de estar representando a mi club, logré una mejor concentración. Mientras en la primera el optimismo fue una constante que duró toda la jornada -a pesar de los malos golpes que surgieron en el trayecto-, en la segunda comenzó a desvanecerse rápidamente, como consecuencia de las ejecuciones defectuosas y la frustrante ceguera para distinguir las fallas técnicas y encontrar la forma de resolverlas.
El único momento del jueves en el que perdí la concentración fue durante el decimoquinto hoyo, cuando vibró mi celular segundos antes de la ejecución de un golpe; como suele suceder, el ansia de tirar fue mayor que la reflexión y -en lugar de reiniciar toda la rutina- pegué dos sapos monumentales y terminé levantando mi bola en medio de un coraje inocultable y dejar solo a mi compañero. Afortunadamente en el hoyo siguiente recuperé la concentración y lo sellé embocando un hermoso chip desde afuera del green, el mejor golpe de mi ronda. ¿Fue mala suerte que vibrara el celular justo cuando estaba por tirar? Visto de una forma se podría decir que sí, pero ese mismo día ejecuté otros 81 u 82 golpes y no sucedió nada. Mejor diría que fue un error cargar con el aparato en el pantalón, a sabiendas de lo que podía provocar y peor aún, no haber cancelado la rutina del golpe y volver a comenzar de cero. ¿Conclusión? Fue una tontería de mi parte, no atribuible a la fortuna.
El sábado las cosas fueron diferentes. A pesar de creer que estaba concentrado en el juego, lo que en realidad sucedió fue que me encerré en un inútil laberinto de preguntas técnicas, buscando respuestas que solucionara los problemas con mi juego; la desesperación progresiva y la falta de paciencia ante el avance de los hoyos terminaron por vencerme. La expectativa de mejorar en los segundos nueve hoyos se esfumó en pocos minutos con la continuación de golpes espantosos.
Entre la interminable lista de tiros hubo efectivamente dos o tres muy desafortunados que terminaron en alguno de los peores lugares posibles, pero tampoco supe minimizar las consecuencias de tan defectuosas ejecuciones; en lugar de sacrificar un tiro y seguir adelante, la propia desesperación me obligó a tomar riesgos innecesarios y, esos sí, tuvieron funestas consecuencias.
Cada uno de nosotros podría enumerar cientos de ejemplos de buena y mala suerte, pero lo cierto es que más allá de las variantes de la causalidad, afecta en mucha mayor medida la forma en la que se confrontan estos hechos. El optimista podrá decir: no hay mala suerte, hay malos golpes; el pesimista, en cambio, dirá que todo es producto de su irremediable mala suerte. ¿Quién sale mejor librado?
* Frase atribuida a Lee Treviño o Gary Player, pero de acuerdo con Nick Seitz, de Golf Digest, fue la respuesta que le dio Barber a Dow Finsterwald, cuando este le dijo que había tenido mucha suerte durante una práctica para el US Open de 1957, en Inverness.
Publicado: 29 octubre, 2008 - Por admin - Leer mas...