enero 31, 2024

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Hace unos días miraba la tele. Mientras hacía ‘zaping’ para encontrar Golf, me puse a observar con detenimiento a un equilibrista en su riesgosa caminata. Un tipo súper concentrado caminando sobre un cable a más de 15 metros de altura (creo…).

Este acróbata hacía algo muy claro para no caerse, no observaba nada que no fuese el punto de llegada. Nunca miró hacia atrás ni para abajo. Quizás ello lo hubiera sacado del ‘trance’ en el que estaba, con el consecuente peligro para su vida.

El golfista venía jugando bien, como en estado de trance… Seguramente no era conciente de estar realizando una buena performance, tan concentrado que ni siquiera anotaba en su tarjeta los golpes de su compañero -ni los suyos- hasta que un amigo se acercó y le dijo algo al oído:

«_ Fulano: Seguí así… que ya lo ganaste».

A partir de ese momento, comenzó el final. Empezó a desmoronase y a realizar una serie de pifies y golpes malos, que inexplicablemente le hicieron perder un partido que parecía ganado.

La mente (otra vez más…) y sus raros mecanismos, que nunca dejarán de sorprendernos.

Lo sugestivo, fue que ‘fulano’ ni siquiera había pensado -hasta ese instante- que tenía altas probabilidades de ganar. Venía en automático, como el equilibrista, sin mirar hacia otro lado, y sin ser conciente de la altura. Nuestro amigo justo ese día, estaba tan concentrado en sus ejecuciones (por esas cosas que no sabremos entender jamás…) que ese estado casi hipnótico precisamente, lo estaba ayudando a ser prolijo y a ejecutar con una perfección que ni él imaginaba poder lograr.

El problema entonces, fue que alguien del grupo le hizo ver la realidad de golpe… lo despertó.

Sin querer, volvió en sí y fue conciente de su desempeño, cayó repentinamente en lo sorprendente de sus cifras, comenzó a desconcentrarse y progresivamente perdió la naturalidad y espontaneidad en sus ejecuciones. Ahí se inició el derrotero de errores que lo llevó al desastre.

El ‘amigo’ que le había augurado el triunfo, lo miró sorprendido y le preguntó qué le pasaba… El golfista contestó sin perder la calma, que no sabía, que imaginaba que podría tratarse de una repentina desconcentración producida por su comentario, desafortunado por cierto.

Los otros integrantes de la línea intervenimos en la charla, con tacto, llegando a una categórica conclusión: Nunca es bueno ni aconsejable decir algo que pueda desconcentrar al jugador. Sobre todo, si se trata de su desempeño, por más que seamos amigos y exista confianza en el equipo.

¿El motivo…? Simple: Este ‘derrumbe’ sobreviene porque nuestra mente reacciona a la defensiva, de una forma que aún no entendemos ni dominamos. Aumenta la adrenalina e intuitivamente no deseamos perder nada de lo que ganamos hasta ahí. ¿Eh…?

Tranquilos… Uno no se sorprende por lo que hizo. La gran conmoción interna viene por la emoción que nos produce el haberlo hecho tan bien… Sucede así, porque lamentablemente no estamos acostumbrados a vivir ‘tan seguidas’ estas emociones exitosas. Convengamos que en el Golf no son cosas tan habituales…

Entonces, se pone en marcha un proceso de auto-protección (mental, profundo, inmediato) que intenta resguardar nuestros pequeños logros, que además de sentirlos genuinamente nuestros, suponemos que vienen para quedarse, que el esfuerzo dedicado al Golf, al final dio sus frutos.

Pero lo que no vemos tan claramente, es que no estamos ‘emocionalmente’ habituados a sentir la sensación de éxito. Esto es lo que nos desconcentra, porque: a) pensamos en lo que hicimos; b) intentamos descubrir y entender cómo lo hicimos; c) tratamos de guardar esas imágenes mentales y d) dejamos de pensar en todo lo que viene, en lo que resta para finalizar. Nos congelamos en la foto, pero la cosa sigue…

Todo esto suena medio extraño, no? Vamos a ejemplos más gráficos.

Me pregunto si no fue precisamente esto lo que le sucedió a Rory Mc’Ilroy, cuando (2011) estaba ganando Augusta e inexplicablemente se desmoronó en los hoyos finales; todos vimos y vivimos como atónitos un derrumbe sin ‘par’. El irlandés terminaría con 8 golpes de más, en el 15° lugar.

Pareciera no tener lógica… porque se trata de un profesional y presuponemos que a ese nivel, las emociones deberían estar mejor administradas que las nuestras. Sin embargo, el pobre Rory debió haber pensado: «Estoy ganando un Augusta… macho»; «Un Augusta… que alguien me pellizque !!!».

Un discípulo de Platón, filósofo, científico y fundador de la lógica una vez dijo: «La excelencia es un hábito, no un acto» (fue Aristóteles). Nosotros popularmente decimos, que una golondrina no hace verano.

El equilibrista, mientras avanza por la cuerda no piensa en los aplausos que vendrán, se concentra en su trabajo. Y la rutina es ganarle a la caída en cada pequeño paso que de, olvidándose del que dio, sólo pensando donde coloca sus pies ahora. No deja que sus emociones afecten su próximo paso ni se felicita a sí mismo por el que dio.

No se conmociona por continuar parado sobre la soga, eso es en definitiva lo grandioso de estos profesionales tan experimentados.

La esencia para acercarse el máximo poder mental, es el control de nuestras emociones, dejarlas como suspendidas en un estado neutro -frizadas- durante el juego. Por favor, observen los gestos de uno de los más grandes tenistas de la historia: Roger Federer… su cara es la misma cuando pierde que cuando gana, pareciera lograr un control absoluto de sus emociones.

Del mismo modo que escuchamos -tantas veces- que debemos olvidar rápidamente un golpe ó un hoyo malo (hoyo pasado, hoyo olvidado); también deberíamos aplicar esta protección mental para las emociones que nos producen las acciones excelentes, a las que -por ahora- no estamos tan acostumbrados a vivir con nuestro Golf.

No tengo dudas de que Rory quedó afectado luego de aquel Master; algunos periodistas hasta llegaron a decir que no se repondría. También le pasó algo similar al representante francés, Van de Velde (en 1999), cuando liderando el British Open con una ventaja de tres golpes lo perdió en el 18. Desde aquella época, por lo menos yo, no escuché hablar más de él en los torneos importantes aunque será inolvidable para todos, la imagen donde lo vimos chapotear intentando un imposible.

Obviamente Rory volvió. Volvió para ganar y darnos unas maravillosas lecciones de Golf al poco tiempo, en el US Open, y casi consecutivamente hasta hoy, donde sigue consolidándose con mayor experiencia y solidez (¿se viene un nuevo Tiger irlandés…?)

Sea cual fuere el camino que tomemos (como golfistas ó equilibristas), lo rescatable de todo esto, es que ante un flash de emoción, que nos hace salir abruptamente del encuadre, hagamos lo imposible para no perder la concentración de lo que veníamos haciendo hasta ese punto. Lo que salió, salió bien y punto. No intentemos re-crear ni disecar pieza por pieza las cosas que hicimos para analizar cómo lo hicimos, no es el momento ni el lugar. Sigamos como antes, naturalmente, y seguirán fluyendo las cosas buenas; aprovechemos ese día donde se alinearon todos los planetas a nuestro favor.

En términos de acrobacia, pensemos como el equilibrista, que no mira hacia atrás para analizar el trecho que caminó; ni se sorprende por haber llegado hasta donde llegó ni de permanecer parado sobre el cable que aún lo sostiene… él es conciente de cada milésima de segundo del presente, siente bajo sus pies el temblor de la cuerda que pisa y sólo mira hacia el frente, hacia el punto de llegada.

Hasta la próxima
Marcelo H. Barba

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