Marcelo Barba
Tantas veces hablamos, leímos y escuchamos cosas sobre la influencia que tiene nuestro estado mental en el Golf… sin embargo no llegamos a comprender cabalmente qué es lo que uno siente en ese proceso real. Este efecto -obviamente- se trasladará y contagiará al resto de nuestras actividades que requieran cierto nivel de concentración. Acabo de comprobarlo personalmente.
Por diferentes circunstancias -que ya no vienen al caso recordar- hace unos meses pasé por el mal rato de quedarme sin trabajo. A pesar de que tenía la promesa de volver a firmar otro contrato, mientras aguardaba ansioso a que sucediera, el tiempo pasó tan lentamente que me pareció una eternidad. Experimenté un bajón anímico que arrastró más pensamientos y actividades.
Gracias a Dios me rodea y contiene una familia que me ama; buenos amigos que trataron de ayudarme y distraerme pese a mis pocas ganas…Ellos finalmente me convencieron cada fin de semana para que fuese al Golf, pero confieso que lo hice sólo con mi cuerpo, así que, en tan solo dos meses mi handicap trepó dos golpes (y aún me reservo otro para el próximo mes), ya que a pesar de que mi físico pretendía jugar Golf mi cabeza había quedado a kilómetros de distancia de la concentración y precisión que este deporte exige. Así las cosas, hasta llegué a alegrarme cuando lograba hacer un triste boggie…
Es difícil y a la vez interesante tratar de entender la increíble relación que vincula a nuestros pensamientos con las acciones físicas controladas. Diría que en una escala infinitesimal (si me permiten la exagerada -e inapropiada- comparación) entendí más, el ó los motivos de la caída de Tiger. Comparé las desapariciones de sus ejecuciones mágicas, del dominio casi robótico que supo tener sobre el green y de aquellos potentes drivers que siempre enderezaban cualquier fairway.
Lejos de compararme con semejante ‘monstruo del Golf’, confieso que lo tuve presente porque ‘mediáticamente’ fue (y sigue siendo) el caso más emblemático de caídas anímicas en el ambiente golfístico, aunque seguramente existen otros profesionales de los que jamás sabremos cuáles fueron los motivos de sus alejamientos definitivos. La cuestión personal, es que llegué a sentir hasta qué punto se pueden perder muchas de nuestras primitivas y humildes aptitudes, esas que pudimos forjar hasta rudimentariamente con la práctica y algo de concentración. Una a una se me estaban escapando, iban desapareciendo tras un derrotero de pifies. No tenía forma de volver a retomar ni el origen básico de mi juego. No obstante lo peor no fue eso, sino el ‘efecto-espiral’ que me produjo ingresar a un círculo de desesperación que se aceleraba, en la medida que quería y no podía…
Progresivamente sumaba errores por encima de los errores y la resultante era un error más grande, cada vez más torpeza, más bronca y desconcentración; en lugar de parar; calmarme y olvidarme inmediatamente de la mala ejecución (ó del hoyo completo) para proponerme un cambio inmediato y positivo. Pero además, estaba siendo plenamente conciente de mi caída libre, de cada una de las miserables cosas que hacían que todo esto me sucediera… Es un momento especial.
Pude salir de mí cuerpo, tomar cierta distancia y observarme a mí mismo como espectador de una escena exagerada. Allí la cosa se relativizó, me reí un poco y finalmente terminé por darle su peso justo. Después de todo no era el final de nada serio ni grave. Porque en este ‘stop’ inesperado que me sugirió la vida, a cambio conseguí mucho tiempo para pensar, todo el tiempo que necesitara, demasiado digamos… pero créanme que por momentos se siente alguna angustia y a veces, es hasta humillante.
En esas inevitables horas de pensamientos y comparaciones que hacía -entre el espíritu del Golf y la vida- que a mi gusto se asemejan tanto; observé que podía pedirle algo más al Golf -además de todo lo que normalmente me regala cuando lo practico- es decir, un espacio privado para volver a encontrarnos conmigo, con mi paz, equilibrios y estructuras de prioridades que fueron sacudidas y tenía que reorganizar.
Entonces se produjo algo raro, especial, inverso. Por un momento el Golf dejó de ser un juego, para convertirse en un medio más útil (por lo menos para mí y en esa ocasión) para poder encontrarme con la paciencia que perdí, para llegar a ese momento de Paz placentero que me dejaría justo en la puerta de la tranquilidad y la armonía, disfrutando -otra vez más- de la naturaleza pura y sin estridencias. No tan mágicamente, me di cuenta que lo esencial me rodeaba, siempre estuvo al alcance de mis dedos pero no se porqué no lo advertía… Debería haber perdido mi conciencia ante la mirada ó la risa de cualquier niño, dejarme llevar hacia el infinito de su mente, intentando mirar a este mundo a través de sus ojos.
No estoy chapita… estoy en paz.
Léanme un poco más.
La simpleza del pasto no tiene secretos, seguirá creciendo y reverdeciendo a pesar de nuestros supuestos grandes problemas. La tremenda humildad de un vaso de agua seguirá hipnotizando a muchos artistas; un día de sol u otro de lluvia también poseen sus propios encantos. Me detuve a observar el vuelo de un colibrí y hasta fui conciente de la alegría más pura y desinteresada que emanaba de mi perro cuando me veía llegar. Elementos simples, pueriles, inocentes, que deberían llenar nuestros sentidos y hacernos felices cada segundo que vivimos. Un remedio simple. Pero confieso que verlo y sentirlo así, a veces es difícil.
Me encuentro rearmando lo que se fue; tratando de recuperar mi Golf e intentando encontrarme con mi concentración, convencido que lo lograré. Ahora escribo con dos objetivos. El primero, es que mi experiencia pueda servirle a quien esté pasando por un bajón anímico, sea cual fuere el motivo; que sepa que hay salidas con el apoyo profesional y de los seres queridos, amigos y fundamentalmente de uno mismo.
El segundo objetivo por el que escribo es volver a reencontrarme con esta terapia personal, que también había abandonado, imaginándome un contacto virtual con los supuestos lectores de mis notas de Golf-Vida… Acepten un pedido de disculpas y la promesa de que trataré de retomar esta rutina para compartir experiencias y anécdotas para reírnos entre todos, pensar antes de ejecutar y aprovechar mejor nuestra formación en el Golf.
Un profe recordado y querido me dijo algo así: «Mirando a la gente cómo juega Golf, podrás saber mucho de su personalidad, de su honestidad y hasta de su estado de ánimo…»
Mis amigos y compañeros de juego que últimamente compartieron conmigo alguna vuelta, deben haber notado sin esforzarse mucho, que mi cerebro no pertenecía al cuerpo que lo paseaba por la cancha… pero igual les agradezco y prometo que volveré.
Gracias y hasta la próxima.
Marcelo H. Barba