Puede que tengamos la suerte de jugar juntos con nuestros amigos y compañeros de siempre… o no. En cuyo caso, tendremos la oportunidad de compartir nuestra experiencia con otras personas que recién allí conoceremos.
Normalmente uno sigue el protocolo de la educación y del respeto, comenzando por presentarse y saludar amablemente a quienes luego serán nuestros acompañantes durante los próximos 18 hoyos, inclusive intercambiando las tarjetas de score entre los jugadores.
Luego de dichas formalidades, yo por lo menos, trato de asociar el nombre de las personas con las que jugaré con el nombre de algún amigo, familiar o conocido, para no olvidarme a los pocos minutos de cómo se llama cada uno, pues considero que es incómodo preguntarlo a cada rato y hasta podría interpretarse como una descortesía.
Caminando por el campo, para encontrarnos con nuestro siguiente golpe o compartiendo la búsqueda de alguna pelota extraviada aparecerán, casi seguro, los primeros intercambios de ideas. Sobre el estado que presenta la cancha ese día, sobre el clima, calor y humedad; algunos temas de salud, o de fútbol, política o programas televisivos. Digamos, en lo que sería un primer acercamiento más ‘coloquial’ hacia el grupo de acompañantes o a la persona en particular con la que nos toque compartir ese primer diálogo.
En lo personal, al entablar los primeros intercambios de ideas, existe un ejercicio de sondeo preliminar (por lo menos eso hago, luego de haber pasado por situaciones no-deseadas), tanteo diría, para intentar recibir alguna señal del tipo de pensamiento de la persona con quien pretendo hablar, tratando de identificar las zonas espinosas o políticamente inconvenientes de transitar, evitando que una simple charla inocua se vaya transformando en un debate con aspecto de disputa, por intentar sostener una posición frente a un fanático o intransigente en aspectos políticos, religiosos o deportivos (básicamente digamos, son los tres focos clásicos de las discusiones acaloradas).
Por otro lado, intento no olvidar y que siempre me quede claro que sólo vine para jugar Golf…
Cualquier otra situación que pudiera presentarse, como una discusión por una simple charla, a mi modo de ver estará fuera de contexto y no debería hacer nada para que suba la temperatura del intercambio de ideas… al contrario, lo que recomiendo en esos casos, es que una vez que detectamos las reacciones, inmediatamente cerremos los temas con otros comentarios o nos llamemos al silencio durante un rato largo… hasta el hoyo 18 si es necesario.
Hablando de personas equilibradas (en acciones y pensamientos) generalmente nadie puede imaginarse en realidad, el tipo de reacción que nos presentará un personaje ‘fanático’ si por ejemplo, se nos ocurre profundizar en una crítica de la performance de tal o cual equipo de fútbol, o lo que es peor, si descargamos alguna consideración política adversa sobre un líder o movimiento político que a nuestro juicio, parecen ser o son delincuentes… Ni hablar, si nos cruzamos con algún fanático religioso (que los hay…) que está convencido hasta sus huesos que todo lo que nos pasa, incluyendo un triple boggie, responde a un designio divino.
¿Para qué abrimos esa puerta? si estaba tan bien cerrada… ¿Por qué no seguimos concentrados en nuestro Golf…?
A ese punto tendremos que desconcentrarnos del juego y tratar de reparar o acaso intentar salir airosos de cualquier tema pesado, que seguramente derivaría en algo incontrolable… y todo por no cerrar –oportunamente- nuestro pico.
No estoy desarrollando una propuesta para jugar como momias (mudas…), no. Simplemente intento aprovechar esta ocasión para revivir algunos recuerdos desagradables y transmitirles a los lectores, una sugerencia para que no caigan como yo mismo (hace tiempo) y el otro fin de semana un incauto golfista, que por casualidad acompañé en una línea de juego, donde ninguno se conocía y desafortunadamente no se pudo frenar un fuerte cambio de opiniones políticas.
La consecuencia de todos estos problemas, no son las peleas físicas, ni los insultos, ni todas las demás acciones que afortunadamente, a lo sumo, en una semana quedan en el olvido. La peor consecuencia es que nos arruinan una jornada de Golf donde pretendimos distendernos, disfrutar y pasar un momento de paz único… pero lamentablemente esto se advierte después, cuando todo se enfría. Es una lástima, no?
Creo que (si aún se mantienen aquellas viejas virtudes que el Golf supo enaltecer frente a otros deportes) el factor de diplomacia y respeto seguirá siendo una de las mejores coberturas o formas claras para evitar cualquier tipo de conflicto.
Todos los que de alguna manera representamos al Golf –por lo menos en su espíritu- sabrán cómo hacer y qué hacer para evitar situaciones ‘desequilibradas’ que pueden poner en riesgo el desarrollo de un encuentro entre personas educadas; sabremos cuándo callar, cuándo tomar distancia y hasta en qué momento retirarnos cortésmente de una situación que puede ofendernos o lastimar al desarrollo de esta disciplina.
Todos tenemos los elementos para hacerlo, sólo hay que pensar un poco más en frío y no dejar de concentrarse en lo esencial: “que vinimos a jugar Golf” con todo lo que ello significa.
Saludos y hasta la próxima.
Marcelo H. Barba