enero 17, 2024

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Siempre fue un misterio saber como se las arreglaba nuestro sistema de memoria, el de los movimientos aprendidos, para mantener y mejorar su desempeño cotidiano. Me refiero a las destrezas logradas como, manejar un automóvil o simplemente ejercitarse saltando la soga. Ni que decir del cirujano de alta complejidad que realiza una intervención quirúrgica o el deportista avezado, que practica un deporte que domina por haberlo entrenado acabadamente.
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En uno de mis trabajos incluido en el libro «La mente al servicio del golf» digo: «A jugar se aprende mirando, tomando clase e imitando. La diferencia está en cuanto hacemos de cada cosa y como lo interpretamos. Si seleccionamos un grupo de personas a quien se les enseña un mismo tema, con el mismo profesor, comprobaremos que existen varias interpretaciones y como consecuencia también diversos resultados. Se debe a que la mente procesa de distinta manera lo aprendido. Cada uno lo hace como puede.

Para hacer un swing primero debemos entender como se hace, segundo crear una imagen mental del movimiento, tercero pensar en como llevarlo a cabo y cuarto ejecutarlo. Estas etapas se las puede hacer, como decía mas arriba, mirando tomando clase e imitando. Luego que se lo haya logrado, comenzará la práctica para hacerlo siempre de la misma manera, aunque que con pequeñas variantes, por que la precisión no forma parte de nuestros movimientos y cada uno posee su propia idiosincrasia»

Lo bien aprendido lo mantenemos y lo mejoramos con el entrenamiento. Pero aquí surge la pregunta. ¿Por qué mejora el entrenamiento? Al hacerlo tratamos de ajustar la técnica sin modificar lo básico, es decir, repitiendo siempre el mismo swing. Buscamos que los tiros nos den la facilidad, potencia y precisión. Sabemos que de efectuarlo correctamente lograremos nuestro objetivo. La mejoría se explicaba por una ley fisiológica que dice: Una acción mejora a medida que se la repite. No obstante quedaba algo en la penumbra.

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